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Asamblea Permanente de Derechos Humanos, APDH del Ecuador y de la Plataforma Interamericana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo, Capítulo Ecuador

COMUNICADO APDH A PRESIDENTE ALVARO URIBE VELEZ

Lunes 28 de febrero de 2005

los paramilitares juraron aniquilarlos con la ayuda escandalosa, por visible, de los militares de la zona, interponiendo un cerco que duraba meses, desde que se le declarara “zona de intervención” y usted, señor Presidente, manifestara públicamente su animadversión a la Comunidad de Apartadó citando que “no toleraría que un territorio colombiano viva fuera del Estado colombiano y no apoye la lucha nacional contra el terrorismo”.

Quito, febrero 28 de 2005

Señor don:
Alvaro Uribe Vélez,
PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA
Palacio de Nariño
Bogotá-Colombia.

c.c. Ministerio de Defensa Nacional de Colombia, ONGs internacionales.

Contenido: Masacre en Apartadó.

Señor Presidente:

En representación de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, APDH del Ecuador y de la Plataforma Interamericana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo, Capítulo Ecuador, a usted saludamos y exponemos:

1) Conocimos a Luis Eduardo Guerra, dirigente social de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó de Colombia, durante los eventos académicos y sociales que oganizamos durante la realización del Foro Social de las Américas, FSA, cumplido en Quito, en el mes de julio del año 2004.

Semanas antes, el citado dirigente comunitario con ayuda de religiosos y comunidades eclesiásticas de Colombia había pasado por nuestro país difundiendo a las comunidades eclesiásticas ecuatorianas y organizaciones humanitarias, la histórica experiencia de su comunidad, la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, que desde hace varios años era víctima de un triple sitio militar -en los hechos- y de un bloqueo de alimentos, al intentar vivir lejos de los tres actores del conflicto, es decir las guerrillas, los paramilitares y el ejército oficial, cada cual con sus razones para continuar una guerra que tiene como víctima a la sociedad colombiana y especialmente, a sus sectores sociales más indemnes.

2) La Comunidad de Paz de Apartadó, que por aquella experiencia de neutralidad se había hecho acreedora a reconocimientos internacionales de paz en Europa, era alentada por ese sacerdote ejemplar que es el padre Giraldo en el Urabá colombiano, y fue satanizada especialmente por personeros oficiales y altos voceros militares que no entienden que esa postura social no era sólo en relación a un actor, el estatal, sino a todos los actores de la guerra y que, por ello, en decisión colectiva esta comunidad resolvió declararse distante de todos los actores, incluyendo el ejército oficial, al que tampoco prestarían ayuda alguna para sobrellevar la guerra interna.

3) La Comunidad de Paz había nacido como producto de las masacres e impunidad de las mismas, cuando varios caseríos humildes decidieron llamar a una “minga” al comprender sus dirigencias que no debían guardar más silencio ante tantas muertes producidas en la década de los noventa, y que todo proceso de reivindicación de derechos debía ser por la vía social, legal, no armada ni violenta. La Comunidad de Apartadó llevaba más de 80 miembros asesinados por todos los actores del conflicto, por no permitir que la lógica de la guerra se instalara en su comunidad.

Si su ejemplo de independencia de todos los actores cundía en otras comunidades sometidas al acoso de unos y otros actores, enloquecidos por una guerra que no tiene viso de solución si continúa creyendo que la guerra es la salida a todo problema humano, la experiencia comunitaria de Apartadó resultaría peligrosamente contagiosa. Así nos refería don Luis Eduardo en su testimonio que lo grabamos entonces.

4) La Comunidad de Paz era mal vista por la guerrilla, por los paramilitares, por el ejército oficial, por el propio Gobierno. Todos la hacían “cómplice del enemigo”, porque en la intolerante cabeza de los señores de la guerra no cabe que un sector de campesinos, decidiera no estar con ningún actor de la guerra y actuar coherentemente con esa decisión.

5) Los soldados los acosaban porque en su cabeza no se entendía cómo esta comunidad de “campesinos ignorantes” les dijera que no podían ni querían colaborar con la lógica de la Seguridad Democrática, ni que les daría albergue a los militares, como tampoco a guerrilleros y a paramilitares. Los guerrilleros les motejaban y amenazaban como “contrarrevolucionarios” porque no entendían que una comunidad social también dijera no a su lógica de guerra.

Y los paramilitares juraron aniquilarlos con la ayuda escandalosa, por visible, de los militares de la zona, interponiendo un cerco que duraba meses, desde que se le declarara “zona de intervención” y usted, señor Presidente, manifestara públicamente su animadversión a la Comunidad de Apartadó citando que “no toleraría que un territorio colombiano viva fuera del Estado colombiano y no apoye la lucha nacional contra el terrorismo”.

6) Luis Eduardo Guerra nos relató con sencillez cómo se había construido su comunidad, qué anhelaba, por qué los sacerdotes y monjitas la apoyaban tanto. Por qué, en definitiva, era reconocida como “experimento social de paz en el mundo” por aquellos que en Europa y América la sintieron independiente a la locura de la guerra. Nos supo explicar que, a pesar de la injusticia y el terror, no optaron por la vía de la violencia, como tantos campesinos -victimizados por uno u otro actor- lo hacían. Y nos supo decir cuál era el siguiente paso de la comunidad: declararse masivamente como “Objetora de Conciencia”, es decir no servir a la guerra ni a ningún actor que llevara armas.

Le riposté que esa idea era difícil, única, porque los grandes grupos de DDHH europeos, norteamericanos e incluso latinoamericanos, no comprenderían semejante iniciativa pues el dogma conceptual de los DDHH miraba como lógica sólo la concepción “individualizada” de una declaratoria de objeción de conciencia. Pero toda una comunidad declarándose objetora de conciencia cambiaría el pensamiento del mundo.

Me respondió: “Eso queremos, señor. Que los grupos de DDHH no defiendan solamente la objeción de conciencia como derecho constitucional individual de una persona, sino de comunidades enteras que hemos resuelto colectivamente negarnos a realizar el servicio militar obligatorio, incluidos nuestros niños, ni a disparar, ni a ser paramilitares, ni servir al ejército ni la guerrilla por igual. Tienen que entender en Europa los amigos de Amnistía Internacional que esta decisión es colectiva y masiva”.

7) Motivados al comprender que se trataba de un dirigente popular que miraba horizontes distintos y altos, y que esta comunidad debía ser conocida por Ecuador, lo invitamos a que viniera como expositor al citado Foro Social de las Américas de julio, y a que expusiera su experiencia junto a las comunidades del Chocó y Nariño, con las mujeres afro-colombianas desplazadas en Bogotá, con las comunidades de frontera ecuatorianas y las alcaldías de Sucumbíos, Esmeraldas y Carchi, en un programa que hicimos con más de diez entidades y organizaciones de América, entre ellas la PIDHDD Cotinental, que era la convocante junto a APDH, con INDEPAZ y la Asamblea Permanente de la Sociedad Civil por la Paz de Colombia, entre otras.

Luis Eduardo aceptó venir porque creía que la experiencia de paz de Apartadó debía ser conocida por el mundo o por lo menos por Ecuador. Y vino…

8) Recordamos que ante personalidades y comunidades del Ecuador y América, expresó su indignación y su dolor. “Para qué tanto encuentro y evento si nos están matando, señores. Para qué hoteles caros, expertos de ONGs y tantos intelectuales, para qué todo esto, si necesitamos urgente que nos ayuden a no morirnos”. Había llegado a Quito ya amenazado y con la espada de Damocles de un nuevo intento de intervención a su comunidad. Su obsesión era la paz con justicia y la vida de su comunidad, sus caseríos.

Los alcaldes de las regiones limítrofes ecuatorianas aplaudieron su exposición y le llamaron también a la calma, a que no se deprimiera tanto. Porque don Luis Eduardo había llorado en público luego de citar lo que mencionó. Pero no lo comprendimos ni entendimos su urgencia… inmunizados, como miles de personas en el mundo, ante la violencia en Colombia, creyendo que ante tanta amenaza, la gente de todas maneras sobrevive y… no muere.

9) A las pocas semanas de concluido ese evento público, nos llegó a través de las monjitas de Apartadó la terrible noticia: luego del Foro Social de las Américas, don Luis Eduardo retornó a su tierra donde era amenazado de muerte por el ejército y los paramilitares. Así como lo oye, Sr. Presidente: por el ejército oficial y los paramilitares (intuimos que, para las personas intolerantes, sería razón de sobra el ser amenazado por dos de los tres actores del conflicto, en un país donde cada quien sospecha de cada cual y en el que “se mata más por sospechas que por evidencias”, como dijo un día el representante del PNUD en Bogotá).

10) En su ausencia, habían entrado a la comunidad varios soldados, que maltrataron a “esa comunidad de pacifistas-comunistas que se niegan a colaborar con la Seguridad Democrática” y que dejaron una granada en su rústica vivienda, la casa del dirigente visible de Apartadó. Y la granada explotó… y mató a su primera esposa y a su hija, e hirió a su hijito mayor de 10 años de edad. Nos imaginábamos cómo llegaría Luis Eduardo a Apartadó, que recién se encaminaba rumbo a su pueblo natal y cómo sentiría ese cuadro de muerte que ya nosotros nos enteramos por el Internet, antes de que él llegara a su casa.

11) Al poco tiempo los sacerdotes de Apartadó nos pidieron una carta oficial confirmando que a Luis Eduardo lo invitamos a Quito al Foro Social de las Américas, pues él, que recién enterraba a los suyos, era amenazado con judicialización por el ejército bajo la sospecha de “haber llevado afiches subversivos desde Quito a Apartadó”. Eran los afiches promocionales del Foro Social de las Américas y de los actos públicos que en nuestro país, donde la intolerencia no llega a esos extremos, son considerados públicos y legales. Esos actos y afiches los hicimos por la paz de Colombia en Ecuador: “Las fronteras no existen, los amores sí”, era el slogan de esos afiches, por los cuales se intentaba penalizar a un dirigente social, decíamos en esa carta, confirmando que nuestras entidades pagaron el pasaje y financiaron la estadía de este humilde dirigente popular de la reconocida comunidad de San José de Apartadó.

12) Desde entonces, siempre nos llegaban, cada vez con mayor profusión, noticias temibles, informadas con desesperación por los sacerdotes que acompañan Apartadó, que conviven ahí con su comunidad… y nos hablaban de más seguimientos y amenazas, de militarización de sus tierras, de hostigamientos, operaciones y más bloqueos de alimentos. Y nos llegaban acciones urgentes de muchos países denunciando lo que jamás se publica de Colombia en los teletipos de Colombia y el mundo: las masacres y atentados a esta comunidad campesina, a sus mujeres, sus hombres, sus niños, que creyeron que el “pacifismo”, como enseñaron Gandhi y Einstein, no era cosa de teorías, sino de hechos, llevados en la vida a pesar de las consecuencias que pudiera arrastrarles el decir “no” a todos los actores de la guerra.

13) Ya Luis Eduardo había perdido esposa, hija, amigos y líderes de su comunidad, y tenía un hijo convaleciendo de la herida de granada. Faltaba él… Pasaron los meses, llegó febrero de 2005. Recibimos la denuncia de bombardeos indiscriminados en Apartadó, producidos por la Fuerza Aérea de Colombia en sus combates con las guerrillas. Pero las denuncias testimoniaban que esos bombardeos eran sobre la comunidad, como si ella estuviera en guerra.

Y entonces, a esta misma oficina donde por fin ahora podemos reaccionar a la brutalidad de la noticia, nos llamaron la noche del 24 de febrero, telefónicamente, desde Urabá, el territorio mítico cuyo nombre aprendimos años atrás en la Geografía del terror, donde un día ese lugar que conocíamos sin verlo, a su escuelita -persiguiendo a su primera alcaldesa- llegaron los paras y cortaron con machete la cabeza de un niñito y colgaron los ojos del profesor en la puerta de la escuela delante de todos los niños para que la comunidad quedara escarmentada de que no se puede ser pacifista ni neutral en Colombia.

Era la llamada de las monjitas que conocí un día… quién sabe lo que habrán andado para conseguir un teléfono a esas horas… eran cerca de las 12 de la noche, lograron contactarnos y no podían hablar de la emoción… dolor y terror mezclados.

“Mataron a Luis Eduardo, a su hijo, a su nueva esposa, a todos sus parientes… haga algo ¡por Dios!, denuncie al mundo lo que ha pasado… no podemos llamar a nadie más, este lugar está lleno de soldados, por favor dé este mensaje a todas las organizaciones de derechos humanos, hable a sus contactos en el mundo, a Heinz, a todos, por Dios, ya las otras religiosas avanzaron a Bogotá para denunciar la masacre… los mataron con motosierras, Alexis, entró el ejército hace 2 días, fue la Brigada XI, ahora dicen que eran paramilitares… los estaban esperando a Luis Eduardo y su familia, y se los llevaron…. hoy en la tarde los encontramos, los cortaron en pedacitos, diga al mundo que esto pasó en Apartadó, al niño lo cortaron en pedazos, hallamos sus bracitos, su cabeza, sus piernas, Luis Eduardo igual, todos atados, en pedacitos, ¡Dios!, diga que requerimos una misión mundial urgente en Apartadó…”

No pude continuar… No logré hacer nada… ni leer ninguna nota adicional que sobre este monstruoso hecho nus fueron enviando luego desde Londres, Alemania y de tantas ligas humanitarias del mundo.

No podía seguir… era un dolor que inmovilizaba… Para qué insistir…

No tenemos más palabras. De hecho las fotografías del crimen no las acompaño (a propósito), porque me parece infamante volver a mirarlos desnudos, atadas sus manos a la espalda, mutilados sus cuerpos… tantos niños mutilados, ¡en razón de qué!

¿Existe una razón para este crimen?

Debe sancionárselo, señor Presidente. Si la ley impera, debe sancionarse esta barbarie. Como deben ser sancionados y condenados todos los bárbaros hechos que cometan todos, paramilitares, ejército y guerrillas por igual. Los crímenes son crímenes.

Los actos contra el Derecho Internacional Humanitario son eso, aunque luego de la cumbre de Cartagena con la Unión Europea, oficialmente se haya dicho por parte de su Gobierno que en Colombia no se reconocen violaciones al DIH porque tampoco se reconocerá que hay un conflicto interno.

Sancione este crimen, Sr. Presidente, por lo menos éste: quítenos todos los argumentos que tenemos, o podamos tener, en su contra.

Haga usted lo que el mundo no espera que haga. Sancione a la Brigada XI por una masacre que desdice de todos los motivos esgrimidos por el Estado como legítimos para sostener acciones de orden público. Jamás pueden hacerse éstas irrespetando el DIH y, menos aún, a la población civil.

Nada tienen que ver motosierras con Seguridad Democrática, señor Presidente.

Sancione a sus hombres por proteger a los paramilitares, alentar a sus motosierras y afilar los machetes de esta barbarie. Un Estado está perdido en el combate a grupos ilegales armados a los cuales denomina terroristas, si aplica el terror y no lo sanciona nunca a sus propias filas.

De paso, quítele a la guerrilla justificaciones para seguir su guerra. La justicia es el mejor método para extirpar la violencia.

Anule, finalmente, a la comunidad internacional los argumentos que citan cada vez más fuertemente, que en Colombia se viene construyendo un régimen estatal-paramilitar.

Ordene que se elimine de la actual formación militar la concepción del “enemigo interno”, que lleva a las más desquicitantes satanizaciones contra todo aquel que no le apueste a la guerra y a la violencia.

Hágalo, por Dios.

Sólo a usted le enviamos las fotografías que pudimos obtener de este crimen, pero las retiramos de la copia de esta carta que mandaremos a toda la comunidad mundial de DDHH, porque no queremos repetir las causas de esta mudez… este dolor.

Si no sanciona ese delito, Sr. Presidente, entonces este pedido humano se dirigirá a la comunidad de Paz de San José de Apartadó, a sus mujeres y sus niños, a las religiosas que allí ejemplarmente continúan: ¡Salgan de Colombia!, les exhortaremos, ocupen pacífica y masivamente embajadas europeas en la capital y en los andes, digan al mundo con su petitorio de exilio masivo, con su pedido colectivo de Refugio, que no hay una sola condición que permita sobrevivir en comunidades campesinas y humanas que declaran paz y neutralidad bajo su Gobierno.

Confiamos que habrá castigo, señor Presidente. Y que Ud. garantizará a los sobrevivientes de Apartadó y a esta comunidad de paz, que ni una sola motosierra más ingresará a la misma, ni para talar árboles siquiera.

Por Luis Eduardo, su niño y las otras víctimas.

Del Sr. Presidente de Colombia,

Alexis Ponce
Vocero Nacional APDH
Coordinador PIDHDD Ecuador

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